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BATALLA CONTRA LOS FILIBUSTEROS DE 1856, Alajuela, Costa Rica

Título de fotografía:

BATALLA CONTRA LOS FILIBUSTEROS DE 1856

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Foto: BATALLA CONTRA LOS FILIBUSTEROS DE 1856 - Alajuela, Costa Rica

Datos de la fotografía

Foto realizada en Alajuela, Alajuela, Costa Rica.

Esta fotografía pertenece a la categoría del autor: HISTORIA

Fotografía tomada el 10 de Abril de 2012 a las 16:11

Cámara: NIKON CORPORATION (NIKON D3100)

Publicada el día 11 de Abril de 2012.

Información:

Quema del mesón de Guerra (llamado así por ser la casa del señor Francisco Guerra) en Rivas, Nicaragua, cuando el 11 de abril de 1856 el Estado Mayor de nuestro ejército dio la orden de incendiarlo, para acabar así con el invasor William Walker y los soldados ahí albergados.


Y esto es así porque (aunque es posible que ya se hubiera aplicado en otras guerras), aparentemente el primero en utilizar esta técnica en la región fue un soldado nicaragüense de apellido Fajardo, quien fue abatido en su intento. Pero tomaría su tea Emmanuel Mongalo, aquel maestro e idealista rivense de apenas 21 años de edad, y ese 29 de junio de 1855 forzaría a los filibusteros a abandonar su Rivas natal, derrotados. Afortunado, saldría airoso y hasta tendría voluntad y tiempo para escribir su Compendio de geografía, pues no moriría sino hasta 1874.


Asimismo, durante la breve pero definitoria batalla del 20 de marzo de 1856 en Santa Rosa, sabiendo que la mayoría de los filibusteros estaba dentro de la casona de dicha hacienda, el coronel Lorenzo Salazar ya había recibido aprobación a su solicitud para incendiarla, de parte del general José Joaquín Mora. Pero esto no ocurrió porque, de súbito, el capitán José María Gutiérrez se abalanzó con sus tropas sobre aquélla -donde perdería su vida-, alcanzándose la victoria con el empleo de las armas.


Retornando a lo acontecido en Rivas, no cabe duda de que la decisión del Estado Mayor fue atinada. Además de ocupar una posición central en el teatro del combate, las paredes de adobe del mesón eran muy sólidas, casi inexpugnables; pero, astutos, los filibusteros habían hecho claraboyas para disparar desde el interior, y con visibilidad hacia los cuatro costados de la cuadra. Es decir, era un sitio óptimo para aniquilar a sus nuestros combatientes. No obstante, tenía su talón de Aquiles, las esquinas, donde la armazón de madera del alero y las cañas que lo recubrían no eran tan altos y, por su inflamabilidad, arderían rápidamente.


Tras analizar las posiciones filibusteras, por la tarde se resolvió aplicar el fuego en la esquina suroeste del mesón, diagonal a la casa-cuartel ocupada por el mayor Juan Francisco Corrales, en la cual predominaban soldados alajuelenses. Pero, al buscar las mechas incendiarias y el alquitrán para hacer una tea -lo cual demuestra que esta técnica estaba prevista en el repertorio de guerra-, la tropa se percató de que algún negligente (¡qué raro!) las había dejado en Liberia. Hubo entonces que improvisar una antorcha.


Listos el plan y la herramienta, faltaba lo más difícil: un voluntario para acometer tan temeraria empresa. Pero pronto se ofreció el valeroso teniente Luis Pacheco Bertora, quien cruzó la calle y, cuando cumplía su misión, fue seriamente herido. De inmediato, raudo emergió el nicaragüense Joaquín Rosales para recoger su antorcha y, cuando la aplicaba al alero, cayó acribillado, tras lo cual los filibusteros aplacaron las llamas.


Exasperante situación, sin duda. Pero. había que intentarlo de nuevo. Entonces, bajo el sofocante calor del verano y el fuerte olor a pólvora permeando el aire, con el sudor manando copioso de su cuerpo y el impetuoso batir de su corazón impulsando su agitada sangre, se desprende del cuartel un humilde muchacho llamado Juan Santamaría. Enfrentado a la profusa metralla enemiga, tras dos intentos por lograrlo. por fin el crepitar de llamas devorando la cañuela del cielorraso marca el clímax de esa hazaña valerosa y victoriosa. Para la historia, tan sublime y épico momento quedó retratado en la hermosa imagen de la penúltima estrofa del himno dedicado a él, de don Emilio Pacheco Cooper: "Y avanza y avanza; el plomo homicida / lo hiere sin tregua e infúndele ardor, / y en tanto que heroico exhala la vida / se escucha el incendio rugir vengador

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